Luego del juicio a las juntas militares en 1985 se profundizó la tensión entre el gobierno de Raúl Alfonsín y las Fuerzas Armadas. Las sospechas y las acusaciones que pesaban sobre muchos militares por haber realizado crímenes de lesa humanidad generaron un estado de malestar en las filas castrenses. En Córdoba, a mediados de abril de 1987, durante la celebración católica de la Semana Santa, el mayor Ernesto Barreiro, acusado de torturas en el centro clandestino de detención “La Perla”, se negó a hablar y se declaró en rebeldía. En Buenos Aires, el coronel Aldo Rico se sumó a la rebelión y ocupó la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. El repudio de la sociedad fue masivo y se demostró en movilizaciones de todas las fuerzas políticas y sindicales en defensa de la democracia. El domingo de Pascua, 19 de abril, se desembocó en un acto en Plaza de Mayo. Se firmó un Acta de Compromiso Democrático. Ese día, Alfonsín se reunió con el coronel Rico.Ese domingo de Pascua, ante una Plaza de Mayo atestada, Alfonsín pronunció una frase que pasará a la historia como el reflejo de uno de los momentos clave de la tradicional batalla entre la ética de la convicción y las razones de Estado: ‘Compatriotas, felices Pascuas. La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Los hombres amotinados han depuesto su actitud. (El análisis del historiador Mario Andino – Programa Ciudad Oculta)